Moscas en la Miel

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Danger Days







DANGER DAYS
The True Lives of the Fabulous Killjoys
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Los días en que los zombies dominaban la tierra han terminado.

Las nuevas generaciones de humanos, nacidos durante la Fiebre de la Muerte han aprendido muy bien a sobrevivir ante el nuevo ambiente hostil de la tierra.Son más fuertes, más rápidos y ciertamente más guapos a diferencia de sus enemigos que siguen siendo igual de torpes que pues, siguen…muertos.

La propia selección natural de la llamada Generación Z (si, la Z es de Zombies) ha instruido a sus cuerpos para actuar o ser desechados, seguir siendo humano o ser comido y convertirte en un apestoso muerto viviente.

"Una mordida, una bala" es el lema que los Killjoys tienen siempre en mente, pero ¿qué pasa cuando su líder es mordido y ninguno se atreve a poner una bala en su cabeza?
Nadie lo sabe, puede que el futuro sea a prueba de balas.



¿Qué vamos a hacer ahora? se preguntaba Ryan mientras veía cómo Eve limpiaba la herida en la mano de Gunther, aunque ella no sabía nada de primeros auxilios y lo único que cargaba en su morral era una bandita usada.

Era una sola mordida hecha por un zombie idiota y flacucho, que aunque era más lento que Gunther, no evitó que mordiera y arrancara un pedazo de su mano en una misión de limpieza. Hacía meses que no tenían una sesión de aquellas, los ataques eran cada vez menos recurrentes y la vida cada vez más aburrida. Uno ya no veía en las calles a la gente corriendo con las hordas de zombies detrás, en primer lugar porque la gente se había extinguido poco a poco y en segundo, porque también los muertos eran escazos. Si, es una mierda que en la interminable guerra entre vivos y no vivos, ninguno quedara vivo…o medio muerto para el caso.

Los Killjoys no eran cualquier banda rebelde que cazaba muertos, no. Ellos eran el Tiger Woods de los de su tipo, con sus geniales chaquetas y sus pistolas de colores. Habían arraigado muy bien el estilo de vida nómada y una revuelta de zombies de vez en cuando animaba sus espíritus casi tanto como un buen regaderazo.

Gunther West era la cabeza del grupo, nacido justo en el año en que comenzó la Fiebre gracias a un extraño químico derivado de las malteadas de Slim Fast (así que era obvio que los primeros zombies fueron gordos y estaban hambrientos). Nuestro joven héroe había tomado el poder después del suicidio de su padre hacia algunos años. Muchos decían que el viejo estaba deprimido pero Gunther era el único que sabía que la verdadera causa de la muerte de su padre era que había sido mordido por un "muerto incómodo" y prefirió mil veces matarse él mismo que dejarle aquella dura tarea a su hijo que en ese tiempo tenía sólo diecinueve años.

Pero ahora, probablemente Gunther tendría la misma suerte que su padre querido.

Muy contrario de su lema y demás cosas que los hacían lucir rudos, todos en el grupo prefirieron hacer como que nada había pasado. Su frase de una mordida, una bala no les cruzaba por la cabeza al ver al nervioso Gunther. Nadie quería jalar el gatillo, ni después enterrar su atractivo cuerpo en una fosa llena de fuego para evitar infecciones. Podían hacer eso con cualquier exhumano de la tierra, con todos excepto con su jefe.

– No sé qué están esperando. Ya deberían de haberme volado los sesos – Gunther rompió el silencio.

– No vamos a hacerlo, no es como si fuera muy fácil – le contestó su inseparable Ryan, que no conocía otro amigo que no fuera Gunther.

Ambos habían crecido en un campamento de resistencia en el auge de la Fiebre, en donde sus juegos preferidos consistían en jugar al Tiro al Zombie. Se habían prometido amistad eterna o una jotería por el estilo.

– Me importa un carajo que no sea fácil para ti. Sólo necesitas tomar el arma, asegurarte que el pistón este cargado y ¡bam! me metes un disparo en la cabeza. No es ciencia espacial – le entregó su arma favorita, la amarilla Bandit.

Ryan no tomó el arma que su amigo le ofrecía, entonces Gunther se la dio a Eve.

– Querida, tú eres la elegida –

– Pero Gun… – ésta titubeo.

Tampoco tomó el arma.

– Bueno, si ninguno de ustedes PAR DE COBARDES lo hace, lo haré yo. Cuando lleguen a la base, díganles que Ryan se queda con mi puesto. Llévense mi cuerpo y entiérrenlo en donde está el de mi padre –

Gunther preparó el arma y la acomodó en su boca al lado de su muela picada (el estúpido creyó que así no le doleria la cabeza, irónico) Pero antes de siquiera jalar el gatillo, se detuvo.

– Hay alguien allá afuera – se agazapó delante de Eve que no le había entendido porque él tenía la boca llena – Ryan, la entrada –

Ryan recibió la última orden de su líder y se dirigió sigiloso a la entrada de aquel cine abandonado con Eve a su lado, al fin había entendido lo que Gun le había dicho.

Efectivamente, alguien o más bien, algo trataba de forzar la puerta para entrar.

– Fuego a discreción – susurró Gunther mientras Ryan contó para abrir la puerta.

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THE FUTURE IS BULLETPROOF

Así que en un movimiento, Ryan abrió la puerta pero los últimos rayos del día impidieron que el fuego comenzara de inmediato.

– ¡Soy yo, no disparen! –

El cegador sol apenas les permitió ver la pequeña figura de la escurridiza Harriet. Los tres guardaron sus armas, excepto Gunther que volvió a meterla a su boca. Si, de nuevo al lado de su muela.

– Debes aprender a hacer ruido de humanos Harry, casi te vaciamos encima los cartuchos – soltó Ryan con la frente arrugada de preocupación y las manos en sus axilas.

El olor de su sudor era lo único que lo relajaba en momentos de tensión.

Harriet lanzó una sonora carcajada mientras retiraba su pesada chaqueta de cuero, demasiado pesada para su cuerpo de niña.

– ¿Acaso me vieron cara de uno de los apestosos? Saben que si eso me pasa, tienen mi permiso para volarme los sesos. Prefiero morir antes de... –

Ella paró de hablar al ver la clara actitud kurtcobiana de Gunther, pero sobre todo, porque ninguno de sus compañeros reaccionó ante su chiste.

– ¿Qué pasa? – le preguntó a Gunther.

Él le mostró la mordida de media luna en su mano, Harriet sintió que todo se venía abajo. Ella en realidad odiaba que Gunther le diera órdenes, pero algo en ese momento le dijo que el mundo sin él no tendría sentido. Sería aburrido, más aún de lo que ya era y le esperaba una vida al lado de Eve y Ryan. ¡Ryan, por Dios Santo! Si fuera Eve solamente, las cosas tal vez serían distintas. Desear la muerte de su compañero no era un sentimiento que le enorgulleciera pero si estaba segura de que quería a Gunther con todas sus fuerzas desde el día que le salvó la vida. Los Killjoys la habían recibido con los brazos abiertos gracias a él luego de ser desterrada de la Ciudad Amarilla.

Ellos eran su familia ahora, y el hecho de verse perdiendo a Gunther le resultó inaceptable.

– ¿Hace cuanto que pasó? – les preguntó.

– Casi media hora – respondió Ryan cabizbajo.

– Perfecto, eso quiere decir que tenemos tiempo. Debemos irnos cuanto antes y Ryan, deja de ¡olerte las malditas axilas! –

Pareció como que ella había tomado el mando pero su marcha heróica se vio interrumpida por la mano sana de Gunther.

– No iremos a ningún lado, porque ahora mismo me meterás un plomazo. Antes de que me convierta en un apestoso –

– Es que no hay necesidad de hacerlo – exclamó Harriet.

– Si la hay – Eve trató de intervenir – Es decir, no la hay. Bueno, tal vez sólo si se convierte en zombie y trata de matarnos, ¿no? –

– Nop –

– Sabes que si, en unas horas seré uno de ellos –

– No si lo impedimos. Tu cuerpo morirá en veinticuatro horas a partir de tu mordida y Ciudad Amarilla esta sólo a seis de este pueblo fantasma –

Los tres escuchaban a Harriet pero sus palabras no parecían tener sentido. Gunther rodó los ojos sin decir nada, seguramente su protegida aún creía en la efectividad de las inyecciones de súper aminoácidos inventadas años atrás con el propósito de parar la Fiebre. Obviamente se había comprobado que las inyecciones probadas deliberadamente en simios sólo hacían la muerte más apacible sin dejar claro de pasar a un estado zombie después de eso.

– Los súper aminoácidos no funcionarán – aseguró Gunther.

Harriet sonrió al sacar su As de la manga.

– Las inyecciones no, pero en la Ciudad hay algo que puede salvarte –

Las palabras de Harriet llamaron la atención de sus compañeros y escucharon atentos el punto que ella trataba de venderles:

– Justo antes de que me encontraran en el deshuesadero de la Ciudad, yo había sido mordida por dos especímenes de prueba – levantó las mangas de su blusa, dejando ver múltiples mordidas en ambos brazos – Me usaron como parte de un experimento de una nueva cura–

– ¿Y cómo es que estas aquí? – preguntó Ryan.

– Es una larga historia y saben que no tenemos tiempo. El punto aquí es que hay una cura y juro por Jupiter que te vas a salvar Gunther. Lo juro – Harriet agitó la mano al aire.

Nadie dijo nada, aún esperaban una respuesta de su futuro exlider. Aunque por la actitud y el carisma, Harriet se perfilaba para ocupar el puesto.

– He decidido que…– Gunther frunció el ceño – Ryan, por favor deja de olerte las axilas, aquí apesta a muerto –

– Paré de hacerlo cuando Harriet me dijo – respondió.

– Muy bien, entonces quiere decir que estamos en problemas –

Gunther abrió la puerta de los cines, dejando ver a algunas decenas de zombies que venían hacía ellos y no precisamente era para ver películas. El ruido de los disparos de la pelea anterior habían atraido de manera rápida a los pocos zombies de la región.

Olviden la escazes de muertos o la valentía de los Killjoys.

Cuando se habla de zombies, deben saber que todo lo que se diga es totalmente opuesto.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Una locura: La Historia del Pequeño Libro Rojo




*Disclaimer: Los personajes y la historia siguiente, son derivados de Darling Dreaming Cecilia registrada en Safe Creative bajo el código 1007156833178. Ambas son producto de la mente ociosa de Alejandra Govea Hernández, así que sólo le pertenecen a su locura.

La Historia del Pequeño Libro Rojo
por Nico para Cecilia.
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Es de noche, hace frío y la cicatriz en el vientre de Cecilia le pica como recordatorio de que obró mal hace algunos meses. Sabe que no sólo la cicatriz se lo recuerda, ahora hay algo más en sus manos que la hace sentir culpable.

Es un regalo, el primero y único que ha recibido de parte de Nicolás Cortés.

Pasa saliva antes de abrir la primera página, en donde hay algunos dibujitos de personas vistiendo de rosa e incluso, de...

– ¿Calzones? – pregunta ella por lo bajo.

Con esa palabra sabe por dónde va la cosa, ese no es precisamente un libro de Octavio Paz así que con curiosidad, abre la primera hoja que está atiborrada de palabras escritas después de una fecha. De hace exactamente dos semanas atrás.

Pasa sus ojos para comenzar a leer lo que parece escrito por el propio Nicolás.

> Hola Peque.

El día de hoy pretendo contarte una historia, o más bien, a escribirla para que sepas que también pienso en ti de la misma manera en que tú lo haces conmigo. Y no nada más ahora sino que desde que te conozco, has ocupado un lugar en mis pensamientos de una u otra forma.

Sé que escribirlo en un pequeño librito rojo que me dio mi mamá suena un tanto gay y pretencioso pero, fue lo primero que se me ocurrió. Pude haberlo Twiteado pero sabes que eso no es lo mío y sé que tampoco es lo tuyo. Lo tuyo es algo más personal, más cercano, casi igual que un beso... ¿ves?, un tanto gay se queda corto.

Tal vez esperes que comience a contarte esta historia a partir del día en que te conocí o mejor, a partir de aquel día en que tu yo, bueno, ya sabes “nos perdimos el asco” como diría Iker, pero no. Voy a comenzar con la mejor parte de todas y probablemente al principio no te guste tanto pero tiene que ser así, ¿vale? Tienes que conocer mi versión de nuestra historia que increíblemente comienza aquí.

Entonces, aquí vamos...

Este primer capítulo lleva por nombre:

TERMINANDO CON BECKY


Si, seguramente estas poniendo cara de asco porque Becky no es de tu total agrado y mucho menos cuando ella era mi novia pero, como te dije, tengo que contarte esto para que veas la razón por la que no siento rencor alguno hacía ti luego de lo que pasó.

Todos cometemos errores, no sólo tú tuviste ganas de sexo alguna vez. Yo también las tuve y es bien sabido por toda la escuela que Rebecca Mejía fue receptora de mis deseos en su debido tiempo. Ella y yo...

A Cecilia se le hace extraño que algunas palabras estén rayoneadas, pero cuando continua leyendo sabe el porqué.

Por supuesto, no entraré en detalles para no hacerte sentir mal pero quiero ser sincero y decirte que en un principio, yo estaba loco por Becky.

En aquellos días, es decir, hace como dos años cuando acababa de entrar a la Prepa, yo era el mayor Loser de todos los tiempos. Bueno, al menos así me sentía a su lado porque Becky era fantástica, guapa y todos los demás adjetivos calificativos que le podías dar a una chica como ella. No te digo cómo ella y yo terminamos siendo novios porque simplemente no lo recuerdo, lo único que se me viene a la mente es que un día de esos ya estábamos tomados de la mano enfrente de toda la escuela. Bueno, creo que tú misma nos viste alguna vez en pleno arrumaco detrás de los salones de la escuela y ahora que lo pienso, me siento mal por eso.

Perdón.

Continuemos entonces. El punto es que yo “quería” a Becky con todas mis tripas y aunque estábamos juntos, tenía esa sensación de que yo no era lo suficientemente bueno para ella.

Gracias al cielo, no es que no fuera bueno, más bien no era de ella.

Supongo que tuve razón cuando un día, un pequeño rumor llegó sin querer a mis oídos: “Tu vieja te engañó con otro después de la Fiesta de Año Nuevo”, me dijo Iker un sábado. Lo primero que pude pensar además de que él era peor que una señora chismosa fue ¿Te cae?

No se lo dije a él, me lo dije a mí mismo.

Tenía razón, no éramos el uno para el otro. Yo era malo para ella, fue lo que pensé en lugar de odiarla por traicionera y mala leche.

Para colmo, Becky comprobó cada cosa de éste último párrafo cuando le reclamé su infidelidad: me cortó. No me rogó ni me pidió perdón como todo el mundo se hubiera esperado, al contrario, me echó en cara que yo era desconsiderado, que no la quería lo suficiente. Básicamente, que yo no la adoraba como ella se hubiera esperado. Ajá, adorada fue la palabra que utilizó y justamente como dices, se creía una especie de dios pagano.

Seguro quería que besara el suelo donde pasaba o que le cumpliera todos sus caprichos como quería.

Aunque debo decir que antes de cortar, había algunos que no me costaba tanto cumplirle, todos tenían que ver con sexo. Si, lo sé, suena asquerosamente machista pero los hombres nos movemos algunas veces sólo por sexo, sexo y más sexo. Tú sabes que incluso nuestro principio estuvo cargado de algo de eso mismo, y ¿sabes qué?, aunque al inicio me arrepentí, luego supe que era lo mejor que me había pasado.

Ya te sabes el cuento mejor que yo: tú y yo aquel día solos en mi cuarto, el ensayo sobre la vida de Dalí, el olor de tu cabello pegándome en la nariz y tu rostro. ¡Mierda!, aún recuerdo a la perfección tu rostro cuando me dijiste que yo era buen hombre. Si, ¡cómo no! un buen hombre que aún no quitaba de su espejo la foto de su ex novia traicionera, cuando lo único que se le ocurría era besarte sólo a ti.

Tus ojos cafés y tu respiración medio agitada me dieron ganas de hacer lo que no había hecho con Rebecca en año y medio de relación: adorarla.

En cambio, te adoré a ti a partir de ese momento.

Cuando me acerqué para besarte al fin, algo dentro de mí me dijo que no lo hiciera, que eran mis hormonas las que me movían. No estás tú para saberlo, ni yo para contártelo pero aquel domingo que llegaste a mi casa, yo andaba desnudo por todos lados aprovechando el hecho de que no había nadie, así que eso explica mi lado salvaje de aquel día. Estaba listo para la acción incluso antes de que tú llegaras aunque no tuviera idea de que esa acción casi iba a ocurrir contigo.

Tus besos me incitaron más de lo que hubiera querido, ya sabes, a pesar de la obvia situación siempre te he considerado una niña tierna y pink, amante de la música de los Jonas Brothers, por poner un ejemplo. Pero ese día, cuando las cosas entre nosotros se pusieron más calientes, no tardé en sorprenderme, te lo puedo asegurar.

Por un momento pensé ¡Carajo, la estoy pervirtiendo! pero cuando nos desvestimos poco a poco y me tocaste tímidamente ahí mientras veías mi poster de Muse, supe que no eras tan pink que digamos y que los Jonas eran unos pendejos a tu lado. Eras morada, como los calzones que llevabas ese día y los cuales me encargué de quitarte cuando te pregunté si eras virgen.

En ese momento, Cecilia cierra el pequeño libro rojo, está realmente enojada.

– No me preguntaste si era virgen, más bien y lo digo literal, me preguntaste si era mi primera vez – dijo ella hacía la nada.

Aclarado el punto con el aire, continuó con su lectura:

Antes de continuar, quiero que sepas que este no es una especie de reclamo hacía ti. Para nada, es sólo que quiero recapitular las cosas entre nosotros.

Regreso a cuando ya estábamos desnudos, listos para tener sexo espontáneo y sin compromiso alguno. Fui un idiota al pensar eso porque sin compromiso alguno no aplicó ni en ese momento ni mucho menos después cuando te dije, espera, no recuerdo las palabras exactas pero creo que te dije que eras el cielo. Si, te dije que eras mi cielo. Fue antes de que llegara mi mamá a interrumpir todo y después de que me robara tus calzones.

Perdón otra vez por eso, pero sí me los robé o más bien, nunca te los he regresado. Ok, lo admito: soy un PERVERTIDO pero para mí son un tesoro, el triunfo de la mente sobre la materia como dice el jodido del Edward Cullen (por cierto, ¡qué tipo tan más joto! pero la verdad, tienes razón: si me parezco un poco a él).

Por cierto, sobre los calzones de una buena vez te digo: no te los regresaré y si lo hago, el día que eso pase, te aseguro que será cuando quiera olvidarme de ti.

P&L

Nico <

Cecilia no puede evitar esbozar una sonrisa al leer el penúltimo párrafo de ese improvisado capítulo. Ella aún no recibía de vuelta esos calzoncillos, así que, ¿aún tenía esperanza?

No quiere hacerse ilusiones estúpidas así que da la vuelta a la página.

Y lo primero que lee en letras grandes y mayúsculas es: CECILIA, LA SRA. ARCHUNDIA Y YO.